CAPITULO OCHO. PACHACAMAC
Felizmente no se toparon en su viaje con ninguna tormenta,
pero igual el peligro acechaba día a día.
A medida que se desplazaban en un mar inmensamente azul con peces que los seguían durante largas distancias, se sentían menos solos, felizmente estos abundaron en todo el trayecto gracias a Kon que los guiaba desde algún lugar del inmenso cielo, proporcionándoles comida, atraídos por el color amarillo de los maderos y de los ichus que la hacían flotar, por lo que eran fáciles de pescar.
Pero no solo era amarilla la embarcación, que resaltaba sobre el inmenso mar azul,
también lo eran los pelos dorados de sus navegantes, que además estaban adornados con binchas de oro que habían podido recuperar, sobre las que resaltaban unas serpientes verdes de jade, haciendo juego con estas bellas joyas, unos aretes redondos de oro colgaban de sus grandes orejas, con un puma en el centro, también de jade.
- me imagino que si ponían serpientes en los aretes estos parecerían gusanos por lo chiquititas- diciendo esto comenzó a reír sin parar, y tanto fue el escándalo de su risa, que salió Maria a decirnos que si no nos callamos, nos botaba del lugar.
- Está bien Tía, vamos a bajar la voz – le gritó Kerimo
Pea comenzó a sentir miedo, -continuó mi amigo, -que a estas aturas del partido ya estaba embaladísimo, luego de decirle a la chiquilla que lo escuchaba atentamente que trajera las ultimas cervezas
– como si fuera este el que invitaba, (mismo “ponpormí”, pon por mi esta vez, que la próxima la pongo yo).
La orejona que lo acompañaba, repitió, era muy chiquilla cuando cruzó por primera vez el Océano con rumbo hacia donde ahora se le llama la Isla de Pascua, y no se acordaba de que hubiera sido tan riesgoso, ahora todo lo veía muy diferente, los peces cada vez que se iban volviendo mas grandes y peligrosos, rodeando y saltando con sus grandes aletas muy cerca a la pequeña balsa, para suerte de ellos, no los atacaban aún...
Hasta que una tarde cuando casi habían perdido las esperanzas -así como las del papá de Ciro, el chiquillo que se perdió en el Colca-,se toparon con una corriente que empezó a inflar la pequeña vela con dirección Este.
-Las aves que seguían a la pequeña embarcación a medida que avanzaban cada vez eran mas numerosas; dos de estas aparecieron una mañana, eran de un plumaje verde dorado, con largas colas, se posaron sobre el borde de la pequeña cubierta, jugando y llamándose una a la otra.
Eran muy inquietas, siempre en movimiento, con sus cuerpos temblorosos; pero eran encantadoras, y nunca parecían cansarse de volar y jugar alrededor de la balsa. Estas aves a Oro le dio la señal que estaban cerca del gran reino;
a partir de estos momentos ellos: “NO SON LOS QUE CREEN QUE ELLOS SON, SON MAS, SON DIOSES”.
Se quedaron dormidos, y al despertar la luz vespertina estaba sobre el agua,
unas canoas llenas de gente de largos cabellos ataviados con plumas, flotaban a su alrededor, una de ellas la mas grande y con amplias velas, lo hacía perezosamente un poco mas lejos, desde la cual un hombre con un gran penacho de grandes plumas sobre su cabeza, que estaba sobre una especie de altar les hacían señas indicándoles que los siguieran con rumbo a la costa.
Era un atardecer sereno, las pequeñas velas blancas a su alrededor se comenzaron a mover, los cánticos de su gente bañaron de alegría a la joven pareja, se habían salvado.
Muy a lo lejos se divisaba una isla con forma de una gran ballena, la brisa vespertina del suroeste que soplaba comenzó a mover a las embarcaciones en dirección a la costa. Los rubios rizos de la pareja contrastaban con las negras cabelleras de sus acompañantes. El agua estaba muy azul y el cielo muy rojizo.
Pasaron junto a la isla e hizo su aparición un gran templo dorado en forma de pirámide reflejando los colores del Sol que se ponía sobre el horizonte, construcción que sobresalía sobre el gran valle que los acogía.
Cerca del mar, unas pequeñas aldeas de pescadores emergían entre unas dunas de arena, con sus pequeños muelles de madera apuntando hacia el mar, desde los cuales algunos botes partían a recibirlos, mientras que otros continuaban preparando sus redes de hilos de oro, para la Gran Ceremonia.
Cuando descendieron de la embarcación, se encontraron en una gran ciudad de adobe con paredes multicolores, que parecía posarse entre unos caminos de flores, junto al inmenso mar que los habia protegido.
Amplios y largos escalones, descendían hasta el borde del agua llenos de gente postradas a su paso, algunos tambores sonaban marcando un ritmo alegre, junto a unos instrumentos de caña; juntos llenaban el aire; las aves estaban en calma sobe los árboles que bordeaban el camino, pero la música llenaba el silencio.
Se celebraba su llegada, los Dioses habían vuelto. Los sacerdotes del gran templo de Pachacamac los esperaban. Durante el anochecer anterior habia habido mucha alegría, porque ya sabían de su llegada, gracias a unos navegantes comerciantes que regresaban de los mares calidos del norte y que los habían visto a su paso, seguramente mientras la pareja dormía.
Ahora estaban despiertos, no era un sueño, estaban en tierra firme y salvados.
El Sol aun estaba bajo el horizonte, las estrellas aparecían suavemente con la oscuridad, pero el día habia empezado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario