LSD
Todo el día, sentados en una banca en el medio de un patio en la Agrupación San Felipe, estaban los cuatro amigos esperando a que llegara con los ácidos que el Colorete habia ido a robarle a su papa. Pocos allá por los setenta, tenían la suerte de tener como amigo al hijo de un gringo traficante, y encima pastor evangélico, y que gracias a las biblias que traía desde los Estados Unidos, podía meter los ácidos al Perú.
Ese día iba a ser diferente para ellos, los Traffic Sound iban a tocar en un tono en Pucusana, por lo que los LSDs iban a caer de maravilla, por lo que la espera no era en vano. Hasta que al fin al caer la tarde apareció sonriente con ese cuerpo flaquito y con su pelo rojo tipo Jimi Hendrix , nuestro querido pequeño diller, con los ácidos tipo secante en la mano. Se habia demorado porque tuvo que esperar que su viejo se durmiera, después de beber un culo de cervezas como cada sábado.
Se repartieron los ácidos y cada uno fue a su casa a preparase para el tono de la noche. A la hora pactada se reunieron en la casa del gordo que era el que tenia los tronchos y la caña que los iba a llevar en el viaje hacia el sur.
Ni bien se acomodaron en el carrito Opel, se fueron a comprar un trago preparado al bar Pablito en Jesús Maria. Ya dentro del carro nuevamente se tragaron los ácidos y se los arrimaron con el licor. Enrumbando bien apretados hacia el sur por la vieja carretera panamericana, iban riéndose por cualquier estupidez, escuchando la música de Hendrix que trasmitía radio Atalaya, que en ese momento efectuaba un solo de guitarra con su canción Purple Haze.
Casi llegando a Pucusana comenzaron a sentir que el acido estaba explotando, pero no como lo esperaban, así que antes de bajar del coche se fumaron el ultimo huiro, pero esta vez de moño rojo para asegurarse el viaje.
Estacionaron el carro en la placita, que era lo más cercano al malecón donde tenían que tomar el bote que los iba a llevar a la parte de atrás de la Isla, lugar por donde se iban a zampar al tono, porque para variar, no estaban invitados. Ni bien empezaron a cruzar el parque, un pequeño perro se paró frente a los cinco y comenzó a ladrarles, a medida que lo hacia iba creciendo mas y mas y mas. No podían creen lo que estaban viendo, el pequeño perro se estaba convirtiendo en un gran monstruo que les gruñía y rugía enseñándoles unos grandes colmillos afilados, al ver esto comenzaron a correr hacia el pequeño auto, se metieron y cerraron rápidamente las puertas.
El que estaba frente al timón, de los nervios no le daba a la chapa, hasta que prendió el carro, huyendo todos rápidamente con el monstruo-creciendo que ellos creían que los iban persiguiendo.
Unos kilómetros antes de salir a la Panamericana, uno de los que estaban en el asiento de atrás volteó y se percató que el gran perro-monstruo ya no los seguía, pero estaba sucediendo algo peor, como el carro estaba con las ventanas cerradas y el vaho que ellos producían, pensó que el carro se estaba incendiando, y comenzó a gritar: fuego! fuego! el carro se quema!, todos comenzaron a alucinar lo mismo, menos el que manejaba que aun pensaba en el perro de atrás que no habia. Para! Para cuñao! le comenzaron a gritar al gordo que manejaba, quien por los gritos a pesar que iba a mas de cien por el monstruo que el creía que aun lo seguía, metió una gran patinada sacando al auto fuera de la pista
Apenas el carro paró bajaron corriendo y se tiraron en la tierra esperando lo peor, echados unos junto a otros voltearon a ver como explotaba, al ver que el pequeño Opel permanecía aún intacto y solo con un poco de polvo en la carrocería, y mirarse sus cuerpos que yacían echados sobre el suelo todos llenos de tierra y las caras de entupidos que se veian por la palteada que habían tenido, comenzaron a reírse, hasta que callaron bruscamente al oír un leve gruñido muy cercano, grande fue su sorpresa al ver que delante de sus cabezas que estaban solo unos centímetros encima del suelo, el perro-que-crecía los observaba atentamente, mostrando sus grandes y filudos colmillos.
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