jueves, 2 de mayo de 2013

EL BESO


EL BESO.  Primera parte
Me voy hundiendo poco a poco, siento el agua  entrando dentro de mis pulmones, la garganta se me cierra y me paralizo. El peso del agua turbia de este canal que recorre una de las estrechas calles de Armstendan  va empujándome lentamente.  Mi cuerpo toca  el fondo barroso.  La luz de la superficie comienza a desaparecer y me invade la oscuridad…
 CARAJO!, como llegué a este final tan triste y tan solo-, pienso mientras siento que el nudo de la garganta se hace mas grande. Un bote pasa por la superficie.  Mi cuerpo esta duro y ya no puedo moverme.  El miedo  la tristeza se apoderan de de mi, todo se va a pagando. Mi mente comienza a rebobinar rápidamente los hechos desde el momento que pisé la calle del Barrio Rojo de Ámsterdam.

Me veo caminando  hacia una calle con luces rojas junto a unos turistas orientales, en la entrada, unos africanos de gran tamaño, ofrecen éxtasis. Me acerco…
¡Estasis, estasis, estasis!-  me gritan con sus bocotas, están vestidos con  largas túnicas de colores y apoyados sobre un muro adoquinado, que termina en el comienzo de la primera vitrina, en cuyo interior, una mujer chiquita de aspecto tailandés de unos veintitantos años, se contornea en silencio. Lo hace rítmicamente alrededor de una silla, su cuerpo elástico y bien formado, atraen las miradas de los turistas asiáticos que se han detenido a mirarla con curiosidad y deseo, mientras los negros comentan algo y se ríen fuertemente.

Me acerco a ellos. No sin antes mirar si había un policía cerca. Ellos callan y me observan con desconfianza,  luego de un breve silencio me vuelven a ofrecer su droga. Son tres, hay un cuarto, un poco mas alejado sirve de campana.
-          I don´t want extasis, I want  cocaine, -les digo, luego de sacar de mi bolsillo unos cuantos florines
Los negros me miran y se ríen nuevamente enseñándome sus blancas dentaduras, que parecían alumbrar el rincón oscuro donde nos encontrábamos, pálidamente alumbrado por la luz de  vitrina, espacio que se mostraba vacío.
-          un cliente ya picó – pensé-, mientras escuchaba  a los negros hablando en su idioma.
-          Usted esperar un poco, darse una vuelta señor, - Solo cinco minutos-,  me dice otro de ellos, con acento español, como adivinando mi origen peruano

Voltea, y le hace una seña al campana. Éste parte de lugar y se mezcla entre la multitud variopinta, bañada por la luces rojas que salen de los locales, donde hermosas mujeres venidas  cuerpos desnudos se muestran, ante la atenta  y lasciva mirada de los turistas. Veo alejarse al moreno y  luego desaparece.  

Para no esperar en el lugar en este lugar con fuerte olor a orines, y de paso no despertar despertar sospechas, comienzo a recorrer la calle observando a la gente. La mayoría son hombres. Los veo y me doy cuenta que  miran como si estuvieran frente a  grandes peceras, donde peces exóticos venidos de lejanos  mares los embrujan con su magia.
Llego al final de la vía y me doy la vuelta rápidamente, ya habían pasado los cinco minutos. Termino de recorrerla de regreso y a estaba el negro que había ido a buscar el encargo. Me esperaba con una gran sonrisa de oreja a oreja. Le pasa el paquetito al que habla español

-          Amigo, caminemos- , me dice ya con el encargo en su mano. Mira de un lado a otro,  y tocándome amigablemente el hombro, empezamos a  andar como dos viejos conocidos.
-          Okey- le contesto mientras nos alejamos del lugar. En la vitrina al comienzo de la calle, la mujer con pinta de tailandesa, nuevamente se encuentra moviendo su pequeño cuerpo.  
Nos detuvimos a unas cuadras. Me acerca con su mano una cajita de chicle. Yo la agarro y la abro. Adentro hay un pequeño envoltorio de papel. Lo palpo y se siente grueso. Le doy su dinero  y me alejo rápidamente sin mirar atrás con rumbo a mi hotel.

Llego y el de la recepción me saluda y me entrega un  pequeño sobre. Adentro hay una nota y una tarjeta de la discoteca Sugar Factory. Subo a mi cuarto y leo la nota. Unos amigos sabiendo que llegaba a Holanda, me esperan  en la discoteca.  Me baño, salgo de la ducha me seco un poco y así medio mojado  me visto rápidamente.
Se  que la noche va a a estar muy “moby dick”. Mientras me peino antes de partir, observo por el reflejo del espejo, el paquetito encima de la mesita de noche..

-          Lo llevo o no lo llevo – pienso-, mientras lo hago, abro el frio bar, saco una pequeña botellita de whisky, me meto un buen trago y siento el rico sabor a perfume que va calentándome la garganta. Inmediatamente sin pensarlo dos veces abro el paquetito y ahí estaba, el polvo blanco que había consumido algunas veces en mi juventud, en os b años de las discotecas limeñas. Ahora de nuevo la retándome  frente a mi. Un escalofrió  me recorre  el cuerpo
-          Solo un par de tiros -me digo no muy seguro.

Saco una tarjeta de mi billetera, y al tenerla en mi mano, la foto de mi hijo se desliza cayendo al piso alfombrado de la habitación. La recojo del piso y miro su carita como me observa y el corazón se me acelera. Una sensación de remordimiento y angustia recorre mi cuerpo. La sensación se convierte en adrenalina.
Las ganas de probar la droga nuevamente, se disipa. Tomo la fotito con cariño y la pongo paradita apoyada en la lamparita de la mesita de noche. Me acerco de nuevo a la mesa donde había dejado la botellita y el paquete con la coca abierto. me tomo otro trago, y sin pensarlo dos veces, me meto un par de tiros, guardo el paquete en el bolsillo y salgo del cuarto rumbo a la discoteca.
-          La coca siempre gana- voy pensando mientras camino con una mano en el bolsillo tocando el sobrecito y con la otra agarrando la botellita con el poco de whisky que aun quedaba…
-           
Llego a la discoteca. La entrada  está atiborrada de gente, apenas puedo ver la la puerta. Una larga cola llega casi hasta el final de la cuadra. La mayoría jóvenes locales. Me acerco a la puerta, le entrego la tarjeta y paso. 
Ya adentro el ambiente de Factory luce espectacular, la música suena al compás de las luces láser que disparadas del techo vidriado atraviesan toda la discoteca.
Comienzo a recorrer el primer piso de la discoteca y sus dos grandes barras circulares y no encuentro a mis amigos. Entonces me decido a subir a la zona VIP. Al comienzo de la escalera un negro que le impedía subir a una rubia ebria no se percata de mi presencia, por lo que aprovecho para subir rápidamente.

 Mientras avanzo bordeando la mezzanine, voy observando desde arriba si encuentro a mis amigos entre la gente que baila. No los encuentro, cuando me disponía a bajar, escucho un voz femenina que grita mi nombre con acento alemán.
Avanzo hacia la barra VIP y los encuentro, mis amigos están sentados sobre uno bancos frente a la larga barra multicolor. Con su fachas de siempre, mis amigos holandeses me esperan con una sonrisa y unos tragos en las manos, son cinco en total, esta pareja de gays, una heterosexual y mi amiga  Claudia, una ricurita holandesa , de pelo negro, ojos grandes y azules y además como si fuera poco, un cague de risa.
-          Y fuiste donde te dije?- me pregunta  tomándome la mano, mientras me jala hacia las escaleras rumbo a la pista de baile.
Ya abajo mientras bailamos le paso el paquetito, seguimos moviéndonos un rato al ritmo del sonido del DJ ingles que tocaba esa noche, no lo aguanto ni un rato mas, la miro, le hago una seña hacia arriba, y sin darle tiempo a pensar a loca que en ese momento se movía como si tuviera  una invasión de avispas, la tomo de a mano y la llevo de vuelta a la barra.

Acomodada de nuevo en su banco frente a la barra, toma un largo sorbo de la caipirinha que le había servido el mozo rubio que dentro de ella nos observaba divertido. A mi también me daba risa su cara, que parecía sacado de un película de terror antigua, esas que veía de chico en el cie de San Bartolo, y que no tenían ni final ni comienzo.
Mi amiga, me hace un guiño y se va directa al baño,  luego de un rato regresa me da un largo beso en la boca, sintiendo  en su lengua el sabor amargo de la coca, mientras que por abajo disimuladamente me la devuelve. Su cara muestra un rictus diferente, sus ojos me miran con deseo  y con su boca entreabierta me promete una noche de placer sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
-          Que rica mujer- voy hablando solo- mientras camino rumbo al baño.

Entro a uno de los compartimentos, me siento en el inodoro, saco el paquetito, lo abro, y cuando voy a aspirar el polvo blanco, recordando viejos tiempos,  siento unos ojos que me observan. Levanto la mirada y ahí estaban dos cabezas rubias que  asomaban encima de la puerta del compartimento.
-          La cagué – pensé dentro de mi, agarre el paquetito y lo tire sin cerrarlo entre mis piernas al inodoro.
-          ¡Mister please open the door!- escuche de uno de ellos que me miraba con su cara de malo, pero con mirada que no podía ocultar, que se estaba divirtiendo,
-          Sorri,  AY NiD FINISCH THE CACA -, le contesté gritando.
Como se había dado cuenta que había tirado la vaina dentro del guater, no tuvieron ganas de averiguar  que más estaba haciendo, así que sabiamente optaron por esperarme pacientemente.
Terminé tristemente lo que había empezado con gran emoción. Abrí la puerta e-ipso facto- en unos pocos segundos me cargaron los dos grandazos,  conduciéndome  rápidamente entre la multitud hasta la calle. No me dieron tiempo de despedirme. Perdí.

Completamente desolado me eché andar entre las estrechas callecitas de Armstendan, que  a esa hora ya lucían solitarias. Bordeando sus  canales fui buscando un bar para matar las penas. Hasta que lo encontré. Una de las tantas viejas esquinas que dividen los rumbos de los canales
Mostraba una puerta abierta de par en par, parecía una típica bodega del “chino de la esquina” de la vieja Lima, a diferencia  que este quedaba en el primer piso de una bella casa antigua típica holandesa.  

El bar adentro lucia casi vacio, solo tenia unas cuantas mesas que rodeaba una pequeña pista de baile con piso de madera y una vieja barra también del mismo material, donde se veía a tres hombres que alegremente conversaban con el barman. Me acerco y le pido una rum cola, mientras me servía el trago, me pregunta amablemente de donde era, a  lo que le contesto, Perú
- ah! Mashupichu- , me contesta uno de los tres  que bebían unos grandes vasos con cerveza,
Si, Macchu Picchu- le contesto, mientras agarro mi vaso ya servido de cuba libre y me dirijo a una angosta barra pegada a la pare.  No tenía en esos momentos ánimos de hablar con nadie.

No bien empezaba a tomar el trago, cuando entra una pareja, son un par de punks, el viste con atuendo militar y con el cabello rojo en puta que le cubre solo media cabeza, mientras que ella esta totalmente rapada. Cruza la pequeña pista de baile dirigiéndose a una rocola, como si nadie existiese, veo que se busca algo dentro de sus bolsillos y saca una moneda y la mete en el aparato.
Para sorpresa mía, comienza a sonar una suave música de jazz africano, el punk camina hacia el centro del salón y comienza a moverse lentamente, ella lo mira y mientras se dirige hacia el voltea su cara hacia mi y se sobre para por unos segundos y me queda observando con curiosidad, yo la miro y veo que tiene una carita de ángel, es una hermosura.  Luego continua caminando, pero ahora lo hace  mas lentamente, dejando  su cuerpo llevar con el ritmo de la música que proviene de la vieja rocola.

No puedo dejar de mirarla, baila de una manera especial, haciendo que todo a su alrededor desaparezca, inclusive su pareja que  parecía que se había tragado todas las mescalinas de Europa, el pata estaba e otra galaxia. A pesar de la penumbra del local me daba cuenta que en cada giro que hacia me observaba furtivamente. Yo no le quitaba la mirada, estaba extasiado, no había mas recuerdos de discoteca, porteros, baños, ni mis amigos holandeses, que me pudieran sacar del embrujo en que me encontraba.    
Cuando de pronto ya no gira mas y comienza a bailar mirándome fijamente, y acercando cada vez mas, lo que me permite ver lo hermosa que es.

Yo seguía sentado sobre un banco, con mi espalda apoyada contra la barra con la mano agarrando el vaso. No me movía, estaba como petrificado por su hechizo.
Solo nos separa unos cuantos centímetros, puedo olerla, sentir sus palpitaciones  y su agitada respiración, se detiene avanza un paso, nuestras miradas se encuentran y vi el amor por primera vez en mi vida, no eran ojos, ni nada que se parezca a algo material, se acerca mas, su boca se junta con la mía, cierro los ojos, y sentí algo innombrable, fui en ese momento transportado a otra realidad, no quería volver, no quería que es beso terminara. Creo que ella sentía lo  mismo porque tampoco se detenía.  
Pero algo faltaba en ese beso, era el abrazo y no se lo daba porque no podía. 
En una mano tenia el vaso y el otro no lo podía mover por un accidente que me lo dejo mal. Ella no lo sabia, pensó que no le correspondía de igual manera. Alejó lentamente su boca de la mía, sentí su respiración agitada con el mismo ritmo que la mia. Abrí los ojos y vi la dulzura que la envolvía.
Se separó y se dirigió hacia el baño, volví a sentir mi cruda realidad de hombre solitario. El punk loco seguía bailando con los ojos cerrados, estaba en otra. Los de la barra, que seguro habían observado todo me hacían barra gritando:  ¡macchupichu, macchupicchu! 

Cuando ella  volvió del baño, se acercó, me dio un corto beso en  la boca, me miro con tristeza, camino hacia el punk, lo jalo del brazo  y se lo llevó.
Yo me había quedado inmóvil, no reaccionaba, había encontrado en un pequeño bar perdido entre las viejas calles de Europa al amor de mi vida. No podía dejarla ir. Me acerco rápidamente al bar, pago mi trago y salgo atrás de ella.
Me llevaban como una cuadra de ventaja, felizmente por que pocas horas para que amanezca, no había gente en las calles.  Mientras ellos caminaban delante mío, veía que el trataba de abrazarla y ella le soltaba el brazo y se separaba.

Comencé a apurar el paso, hasta que vi que volteaban frente a un canal y no cruzaron su pequeño  puente.  Comencé a  correr para no perderlos, pero cuando llegue a esa esquina ellos ya no estaban.
No podían haberse alejado de esa cuadra donde había para mi mala suerte tres hoteles. En uno de ellos tenían que estar, no sabia su nombre, ni podía preguntar por ella. Así que toe una decisión, pararme cerca al canal frente a los hoteles y esperar a que saliera de alguno de ellos, así tuviera que esperar el resto de la noche y todo el día siguiente.

Para mi mala suerte  amaneció con un sol fuertemente,  yo me mantenía aun despierto, pero mi ropa no me ayudaría soportarlo, llevaba un jean grueso, botas y una camisa de manga larga, por lo que comenzaba a sudar, no tenia lentes para el sol, por lo que su luz me golpeaba mis ojos.
Tenia que resistir no podía perderla,  la mañana avanza, la gente invadía las calles pero ellos no salían, El sudor y el fastidio de mi ropa sobre mi cuerpo era insoportable, por momentos quería regresar al hotel dormir, bañarme y regresar a buscarla, pero eso seria perderla para siempre.  

En eso la vi saliendo de uno de los hoteles, ya no vestía como punk, se había puesto un pantalón y una blusa blanca de lino. Su cabecita pelada brillaba por el sol. Volteo hacia donde estaba y me reconoció, y sonrió, mientras caminaba hacia ella vi que se acercaba detrás de ella su compañero y la abrazó. Igual seguí dirigiéndome hacia ella.  Avanzo unos pasos y  un fuerte golpe en mi espalda que m e arroja sobre el muro que separa la vereda del canal. Una motocicleta  me había golpeado. Como no puedo agarrarme de la baranda mi cuerpo pasa sobre ella y caigo sobre las turbias aguas.

Así es como llegue a esta situación, no se si quedarme en el fondo o salir.
Cuando de pronto me doy cuenta que tengo un pequeño hijo que me espera en el Perú. Me impulso con mis pies del suelo fangoso  y salgo a la superficie. Siento aplausos y veo cientos de personas al borde del canal, así como botes que se habían detenido.
Me ayudan a subir, ya arriba del canal, muchas colaboradoras manos me colocan sobre el suelo. Me duele todo el cuerpo  estoy temblando y con mi estomago lleno de agua sucia.

 Siento el sonido de una ambulancia que se acerca. La escucho detenerse a mi lado, no puedo abrir los ojos, la luz me produce un fuerte dolor, abro con la justas uno de ellos y veo a unos paramédicos que se acercan y siento que me echan sobre la camilla.
Sobre mi golpeado y mojado cuerpo,  unas blancas y delicadas manos de mujer coloca una  manta. No puedo alcanzar a verla, pero escucho su voz que conversa con los paramédicos que me introducen dentro de la ambulancia.

Se escucha su clásico sonido y cuando el vehículo parte siento una mano sobre mi frente, volteo y la veo.
     FIN

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