jueves, 4 de febrero de 2016
PELE
PELE
Cuando Lima no era esta Lima, sino más chiquita, vivir en Breña, no era cosa de locos ni de locas. En esa época, ser hijo de padres separados, la elección del colegio no era cosa fácil, mas aun estando la mayoría en manos de los curas. Por lo que mi madre a duras penas con lo que ganaba trabajando en La Telefónica, pudo matricularme en el colegio Raimondi, laico y más flexible con estos temas cojudos del matrimonio. Al trabajar ella todo el día y siendo hijo único, fui criado por todas las vecinas de la quinta, de ahí esa necesidad de cariño femenil que hasta ahora me dura.
Pero la cosa no era tan color de rosa cuando salía de la quinta, que era mi paraíso. Más aun, cambiaba si eras el mas chiquito de salón, estabas en un Colegio Italiano, y tus compañeros que vivían en Casonas que parecían museos florentinos de la avenida La Colmena, cuando la camioneta al recogerte, además de pasar por un distrito como Breña tus enrgeiditos y bien peinaditos compañeritos italianitos veían que salías de una quinta…bulling con el de apellido peruanito.
Un día regreso todo golpeado a mi casa. Como todos las mañanas cuando subí a la camioneta comenzaron los italianitos con la cantaleta de: Urbina vive en un callejón, Urbina vive en un callejón, y como cojudo no era, ni en mis siete años que tenía en ese entonces, agarré al primer gordito que tenia al frente y ¡juacate! Me aventé encima de él a sacarle la chochoca - tal como me había enseñado el hermano de una de las vecinitas de la quinta, que siempre me engreía diciéndome que si me daba ensalada de fruta me dejaba tocarle las puntita de sus tetitas-.
Regresando a la bronca, al golpearlo en la nariz, su hermanito saltó a defenderlo y se armó la de San Quintín en la camioneta rumbo al Raimondi, que en esa época quedaba en la avenida Arequipa. Terminando los tres chiquitos en la dirección. Como era de esperar llamaron a mi mama, que al enterarse porque fue la bronca y de paso el bulling que me hacían por vivir en una quinta, se propuso como buena madre que quiere un mejor futuro para su hijo y de paso que no “me jodieran mas”, - como ella decía-, mudarnos a un mejor barrio y que mejor que vivir según ella, en un moderno edificio cerca al Campo de Marte y no muy lejos del colegio.
Cuando terminó el verano y empezaron las clases, mi madre que pensaba que ya no me iban a joder mas, se equivocó, porque mis compañeritos seguían viviendo en esas especies de museos. Así que, ni bien subí a la camioneta empezaron con una nueva cantaleta: Urbina vive en un edificio, Urbina vive en un edificio, así que de nuevo a sacarme la mierda con los gorditos (me imagino que estaban bien papeaditos por ser la mayoría hijos de panaderos) termine de nuevo en la dirección pero nunca más se metieron conmigo. Me había convertido en un chiquillo de barrio.
Pasaron algunos años, yo tenía alrededor de 12 o 13 años, en esa época sufría de bronquitis y de asma, Estando así de enfermo me entero que viene el club Santos con Pelé a jugar contra el Alianza Lima. En el barrio vivía el señor Mendieta, famoso porque se encargaba de la puerta número cuatro del Estadio Nacional, y siempre nos dejaba entrar sin pagar a ver los partidos. Pero esa vez el único que no pudo ir a ver a Pele fui yo por mi enfermedad.
Al día siguiente, mi madre por mi enfermedad me pasa a su dormitorio que daba hacia la calle para que recibiera mas aire, me deja con la empleada y se va. Yo estaba echado en su cama tosiendo y a la vez que triste por no haber visto a Pele la noche anterior, cuando siento unos gritos de mis amiguitos en la calle, cuando me asomo por la ventana desde el segundo piso donde vivía, veo estacionarse el carro de mi mama, y bajar a un señor negro rodeado de toda la gente de mi barrio. Mi madre había traído a Pele. No podía creerlo, tanto era el amor de mi madre que había averiguado donde se hospedaba el club Santos y se había ido hasta el centro de Lima a traerlo. Pele junto a todos mis amiguitos entraron al cuarto de mi mama donde me encontraba acostado. Me firmó mi recontra usada pelota de cuero, me dijo entre portugués y castellano, que pronto me iba a sanar y que sería un gran futbolista, y que a mi mamá la quiera mucho. Y se fue rodeado de todos mis incrédulos amiguitos...
Pasaron cerca de veinte años y un día mientras trabajaba para una Compañía de seguros en el Centro de Lima, paso por el Hotel Savoy donde siempre se hospedaban los equipos brasileros cuando venían a Lima. En la puerta había un señor moreno que fácil pasaba de los ochenta con un viejo, limpio y planchado uniforme azul de portero. Me acerqué y le pregunté si había conocido a Pelé, y me dijo que si y que varias veces lo había visto. Le pregunte que si le podía contar una historia sobre él, que seguro no me iba a creer. Me dijo muy amablemente que le gustaría escucharla, así que le conté como fue que lo conocí cuando era un niño y que mi mamá vino a recogerlo de este mismo hotel donde el ahora trabajaba y como lo llevó hasta mi casa.El no solo me creyó, sino me dijo que me iba a contar una historia aun más inverosímil.
Se acomodó en su silla en la puerta del viejo Hotel y me dijo que en una de sus tantas venidas al Perú, siendo el portero, le dijo en broma a Pelé si podía ser padrino de su hijo. Él, para su asombro, le dijo que si, y que al día siguiente del partido lo acompañaría hasta su casa. Por esa época, el vivía con su familia en Carabayllo, y para llegar hasta ahí tenían que cruzar un puente colgante sobre el rio Rímac. Pele, junto a dos jugadores más, que él no recuerda, no solo cruzó el puente, sino también le llevaron regalos a su hijito.
Antes de despedirse este simpático anciano, me dijo que su hijo ahora es un exitoso doctor, casado con brasilera y que vive en Sao Pablo, y que la carrera se la pagó Pelé.
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