lunes, 28 de febrero de 2011

CIUDAD SIN CIUDADANOS

La mayoría de los colombianos ya vivimos en grandes ciudades. Pero entendámonos: vivir en ciudades no es lo mismo que ser ciudadanos.
La ciudad, como hecho físico, es apenas una multitud en un campamento. La ciudad, como hecho social, es un modo de vivir. Un modo donde lo privado se refugia en el interior de cada vivienda, pero donde la mayor parte de la vida -es decir, el trabajo, la educación, el transporte, la cultura y la recreación- transcurren en espacios públicos y bajo reglas que son- o deberían ser- de carácter público.
Y de aquí nace el malestar hondo de nuestras grandes ciudades: son, sí, el hecho físico -la urbe- pero no son, o apenas son, el hecho social -la polis-. Tienen la infraestructura necesaria para dar asiento y sustento a millares de familias, pero la vida colectiva no se rige por una racionalidad colectiva, sino por el entrecruce aleatorio de racionalidades privadas o semipúblicas.
En efecto, los grandes protagonistas de la vida urbana colombiana actúan según lógicas particulares:

1. Los urbanizadores y comerciantes formales tienen, por supuesto, la racionalidad del lucro, que supone apropiarse el máximo de beneficios y evitar el máximo de costos asociados con la producción y conservación de los bienes públicos urbanos. Más aún, cuando la estrechez o el colapso de lo colectivo en la ciudad llega a un nivel crítico, la lógica del sector privado desemboca en franca usurpación de lo público: ciudadelas cerradas, policía particular y hasta justicia privada.

2. El gigantesco 'sector informal' no es en realidad otra cosa que la invasión masiva de lo público ante el empujón de la pobreza. Hacer barrios piratas no es más que ahorrarse el costo de los servicios públicos domiciliarios. Hacer vivienda informal es economizarse la cesión de terrenos y demás reglamentos que protegen el espacio público. Hacer trabajo informal es ocupar las calles, que son espacios públicos, o es evadir los impuestos, que son bienes públicos. Hacer transporte informal es invadir rutas públicas... Precisamente, de aquí surge la ambigüedad irresoluble de todas las 'políticas' urbanas para regular o siquiera convivir con el hecho apabullante de la informalidad: el sector informal es ilegal, por el hecho simplísimo de que la ley se inventó para defender lo público.

3. La racionalidad electoral de los políticos desemboca en la apropiación privada de la vida pública. Puesto que los partidos en realidad no toman partido en los grandes conflictos de la ciudad, el poder no se concibe como instrumento de cambio social, sino más bien como prebenda para los activistas de cada concejal. De modo que los empleos públicos tienden a ser privatizados por prácticas clientelistas; los servicios públicos, por prácticas patrimonialistas; y las reglamentaciones públicas, por prácticas mercantilistas.

Este tener ciudades físicas sin tener polis explica por qué nuestra política urbana de hecho ha girado en torno de lo físico -red vial, servicios domiciliarios, vivienda social, transporte- pero no se ocupa sino retórica, marginal e ineficazmente de los grandes temas políticos -o de la polis- comenzando por los problemas de la tierra, el trabajo, la calidad del medio ambiente y la urbe como proyecto colectivo. Explica por qué la planeación -que es pensar el futuro en función pública- es tan débil en la práctica, y por qué las empresas de servicios se reducen a confirmar hechos creados por la demanda política en los sectores informales y por la demanda económica en los sectores formales.
En fin, la precariedad de la polis explica por qué el celebrado 'milagro bogotano' 'la afirmación de lo público bajo Mockus, Peñalosa y Garzón', está siendo borrado por el amiguismo y el clientelismo del alcalde Moreno. Y explica también por qué, en sus propias escalas y en sus tiempos, esos 'milagros' se producen pero no duran mucho en Medellín o en Neiva, en Pasto o en Manizales, en Barranquilla o en Cali.

Y es porque no necesitamos más leyes, ni más planes ni más calles ni más demagogos: necesitamos más ciudadanos.
Hernando Gómez Buendía

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