miércoles, 4 de febrero de 2015

CUENTO: LA NOVIA Y EL TREN

Fueron tres meses agotadores, entre la discoteca en la Costa Brava y las alemanas, me dejaron trapo . No debí parar esa mañana de verano en Niza para agradecer a la tía por haberme prestado su departamento cuando hice escala en mi viaje de ida. Los trenes que van hacia Milán por esa época del año llegaban repletos de turistas de España. Me acuerdo que me puse a caminar por el andén buscando algún vagón medio vacío para subir, cuando de pronto, me detengo y no podía creer lo que mis cansados ojos veían. No sé si fue su delicada figura, su pelo, o por la actitud de (me imagino eran sus padres) le advertían en un victoriano ingles sobre los peligros de viajar sola siendo tan bella e inocente criatura. Como habrá sido mi parada en seco al verla, que casi me atropella una barra brava de alemanes de 100 kilos de peso cada uno, que toda la familia volteo a mirarme, inclusive el perro que sujetaba la vieja. En eso siento el aviso que ya partía el tren, corro y subo por la otra puerta del vagón. Miro por la ventana mientras el tren empezaba su marcha y me despido con una sonrisa de los señores que momentos antes despedían a esa hermosura de mujer, que me miran asustados, por mi pinta de amante italiano con polo de gondolero que minutos antes había mirado a su tierna hijita como el lobo a la caperucita. Ya dentro del vagón repleto de gente, fui atravesándolo con rumbo a mi presa, perdón, la joven inglesa. Ahí estaba ella, al final del vagón, no se había movido desde que arranco el tren. Me miró y sonrió al verme aparecer entre los gigantes alemanes, que por piña también habían subido al mismo vagón y lo habían repletado con su humana inmensidad. Hola, le digo, y me pongo a su lado, y me doy cuenta que me lleva media cabeza, ella me contesta con un Hi, con mi misio ingles y señas le ofrezco mi asiento en el piso. Ella sonríe mostrándome sus blancos dientes que encierra unos labios carnocitos y oh sorpresa! Se sienta pegada a mí. Le pregunto cómo se llama y me responde Johanne o algo parecido, me pregunta si soy italiano y yo para no asustarla le digo que sí y que vengo de trabajar de Lloret de Mar. Me pregunta dónde queda y de mi mochila saco un mapita de España y le muestro el lugar en el papel. Ella que al comienzo estaba sentada un poco separada de mi se me pega y siento su suave perfume. Ya cerca a mi me cuenta que los señores que la despidieron con el perrito eran sus padres, que la prevenía de los peligros de viajar sola. Que ella tomo ese tren hacia Grecia para encontrarse con su novio con el que se iba a casar en una de sus islas, y que antes de eso quería hacer ese viaje por tierra cruzando varios países como despedida de soltera. Al escuchar eso y por lo apretados que estábamos se me ocurrió darle un beso y ella me respondió. Por lo que le dije para pasarnos a los vagones de primera, que sabía que no estaban tan llenos por esta parte de Europa, la tome de la m ano y sin esperar que reaccionara, me puse la mochila en mi espalda, agarró parte de su equipaje y ella toma su maletín y de la mano la conduje a través de varios vagones de segunda hasta llegar a uno semi vacio de primera. Buscamos sitio dentro de los compartimentos y encontramos un par frente a unas viejitas. Abrimos la puerta y nos acomodamos frente a ellas, que nos recibieron con unas amables sonrisas de tiernas abuelitas. Ni bien no sentamos y como quien anda apurado en estos viajes para vivirlo todo, empezamos a besarnos ante las miradas benevolentes de nuestras vecinas, que por su edad (que seguro vivieron los horrores de la guerra) todo lo comprenden, y más aun dos jóvenes enamorados camino a Italia. Luego de unas horas de besuqueos y charlas amenas en varios idiomas a la vez, entre una inglesa, un peruano que se hace pasar por italiano y dos viejitas francesas que apenas oyen, el tren llega a la frontera italiana de Domodossola. Ni bien se detuvo el tren cuando aparece el controlador pidiéndonos nuestros boletos, la gringa y yo se le enseñamos. Al ver que eran de segunda, nos pidió que bajemos y que vayamos a los vagones que iban a anexar. Bajamos corriendo y nos metimos al último que aun estaba vacío. Ya dentro, cerramos la cabina, estiramos los cuatro asientos y los convertimos en cómodas camas. Nos sacamos la ropa y ella se puso una pijamita que iba a estrenar con su novio. Cuando estoy bajando la persiana, el controlador que estaba dando la orden de partida del tren me chapa infraganti, yo lo miro y le guiño un ojo, esperando su benevolencia. Ya bien acomodados y acurrucados dentro de la cabina y totalmente aislados del exterior, sentimos como el tren inicia su marcha lentamente. Le pregunto si dentro de su equipaje no tiene algo de beber y saca una botella de Champan, me dice que tiene dos y que las estaba llevando para su novio. Tu novio ahora soy yo, le digo mientras fuerzo el corcho que sale disparado, al mismo tiempo que aparece de nuevo el controlador tocándonos la puerta . L e abrimos (casi desnudos), nos mira sonriendo y nos dice en italiano que su tren no es un albergo, le digo en italiano que nos acabamos de casar y estamos de luna de miel. El nos mira y para sorpresa eh vez de molestarse por tamaña mentira, nos comenta que es su cumpleaños. Nos dice que esperemos que ya volvía. Al poco rato aparece de nuevo con tres vasitos de plástico. Brindamos los tres por el matrimonio y su cumpleaños. El italiano estaba embobado con la inglesa. Pero felizmente tenía que seguir trabajando y nos dejo en nuestro nido de amor, asegurándonos que nadie nos iba a molestar, por lo que la inglesa y yo le dio un beso de agradecimiento en un cachete cada uno. Dicho y hecho nadie nos molestó en el resto del viaje mientras cruzábamos todo el norte de Italia amándonos intensamente, riéndonos mucho y comprando desde la ventana toda la cerveza posible. Hasta que llegamos a Trieste, frontera con Yugoslavia, donde nos despedimos con lágrimas en los ojos, quedando en vernos en Niza el 1º de julio del año 2015. Faltan cuatro meses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario