jueves, 19 de marzo de 2020

EL CORONAVIRUS, LA NUEVA PESTE URBANA

Nuestra lealtad es para las especies y el planeta. Nuestra obligación de sobrevivir no es solo para nosotros mismos, sino para ese Cosmos antiguo y vasto del cual derivamos. Carl Sagan El ser humano viene transitando este planeta antes azul, y ahora lamentablemente gris desde hace un millón de años. Recién hace unos cinco mil años, el humano sentó cabeza y comenzó a edificar ciudades sobre sus espacios naturales congregandose en espacios cada vez más estrechos. Hoy quisiéramos dar marcha atrás de este desorden que hemos generado, pero ya es un poco tarde. En la Edad Media se dio un primer aviso cuando abandonamos el campo y nos hacinamos en ciudades amuralladas, que si bien protegieron a la gente de un enemigo externo, crearon uno interno, la peste, la que provocó miles de muertes. Hoy, en el siglo XXI cuando con la ciencia pensamos que podíamos curar todas las enfermedades, aparece una enemigo mas letal y universal, el coronavirus. Se origino en Wuhan, una ciudad altamente densificada (11.08 millones en 8.494 km2, una persona por cada 1.30 m2). Si a esto se le agrega un consumo excesivo de animales no aptos para el ser humano, es lógico que se genere algún tipo de reacción por el rompimiento del equilibrio natural en una urbe con características de megalópolis industrial. Condiciones idóneas para la aparición de este tipo de virus y su rápida propagación por la densidad, falta de espacio y contaminación ambiental. Se sabe luego de esa nefasta experiencia, que existen varios tipos de distancia donde interactúan las diferentes especies con comodidad dentro de su territorio, o viceversa produciéndole daños a su salud. Podemos clasificarlas en cuatro tipos: la distancia urbana, hasta los treinta metros de distancia, en la cual se pueden identificar, pero no comunicarse eficazmente sin ayuda de aparatos. La distancia social, de uno a seis metros, en la cual se pueden comunicar perfectamente, que es el espacio de confort territorial. Y la tercera, la distancia intima, que es la del brazo estirado, de menos de un metro, donde se hace dificultosa la comunicación, a menos que sea corporal, sexual o amical. Espacio que si se invade por extraños puede provocar series trastornos al organismo. En los años sesenta el antropólogo Edward T. Hall en su libro “La dimensión oculta” mostró como al atravesar esa barrera invisible de lo que mide un brazo estirado, en ciudades como la ciudad de Wuhan, donde además se consumen animales no aptos para el humano- se fomentan las apariciones de virus como el corona con una rápida propagación, por ser poblaciones vulnerables debido a una baja defensa de su organismo, generado como lo hemos comprobado, por el estrés que ocasiona el contacto excesivo de su población en áreas con alta densidad demográfica. El científico Hall, corroboro esta teoría, gracias a un experimento del etólogo Jhon Calhoun, que, conservando en cautiverio a comadrejas -de similar comportamiento grupal que los humanos-, se les proporciono la misma ración de alimento diario. La población aumento pero no así el espacio y la comida. Luego de un tiempo, cuando la población seguía aumentando, comenzó a aparecer diferentes comportamientos entre ellos, agresividad sin razón alguna, grupos que se atacan unos a otros, aparición del pansexualismo y el sadismo, el maltrato y el acoso a las hembras con celo y enfermedades producidas por el estrés, como afecciones al hígado, páncreas, que debilitaron sus defensas, volviéndose más propensos a contraer enfermedades mortales generadas por el excesivo contacto en un ambiente hacinado. Para comprobar este experimento de la reacción corporal ante una excesiva proximidad, escogí en una clase de urbanismo a dos alumnos de diferente sexo y los separé a una distancia de 6 metros, lo suficiente como para que se pudieran oir, siendo la distancia urbana de identificación hasta los 30 mts. Les pedí que conversaran a medida que se iban acercando. Descubrieron que al acercarse, la comunicación se hacía cada vez más dificultosa entre ellos, no porque no se oían sino por el hecho simple de acercarse, y a cada paso que daban más nerviosos y aumentando la aceleración de sus corazones. Cuando ya estaban próximos a atravesar la distancia intima de un brazo, y superada la social que es la de los seis metros, les pedí que se acercaran más y no lo pudieron hacer. La comunicación entre ellos se cortó y no podían verse directamente. Así se pudo comprobar de qué manera los humanos nos vemos afectados cuando nuestra dimensión oculta (la íntima, la del contagio) se siente atravesada y nos volvemos vulnerables, más aún si nos exponemos a un virus social.
Concluyendo, hemos visto como las hormigas tuvieron espacio, tiempo y dedicación para curar a la oruga. Los animales a excepción de nosotros bípedos y pensantes, regulan su propia densidad en una función auto conservadora. Si nosotros seguimos dañando a la Tierra construyendo ciudades con altísimas densidades poblacionales y contaminando nuestro hogar, el pequeño planeta que habitamos, este nos va a pasar factura, y será la definitiva, ya que no hay otro lugar a donde ir en este vasto espacio al que llamamos Cosmos. Arq. Luis Miguel Urbina Ferrándiz