miércoles, 14 de septiembre de 2011

PATRIMONIO: Patrimonio Vernaculo

EL “PATRIMONIO VERNACULO” CONTEMPORANEO Y SUS COMPLEJIDADES. Una lectura desde la arquitectura del pastoreo en las tierras altas andinas.


CONTEMPORARY “VERNACULAR HERITAGE” AND ITS COMPLEXITIES. A reading from the architecture of pastoralism in the Andean highlands.

ARGENTINA

Julieta Barada + Jorge Tomasi



RESUMEN

Lo que suele conocerse como “patrimonio vernáculo”, en particular el contemporáneo, presenta una serie de problemáticas asociadas con una producción arquitectónica que está inmersa en un proceso de construcción continuo y que está imbricada con determinadas prácticas, relaciones sociales, significaciones y ritualidad. Precisamente hacia estas características del “patrimonio vernáculo” se orienta la discusión que nos proponemos en este trabajo. Nos concentraremos en el análisis de las complejidades asociadas al estudio de la arquitectura doméstica asociada con el pastoreo en las tierras altas dentro de la provincia de Jujuy, República Argentina, a partir del trabajo de campo desarrollado en paralelo con un proyecto de extensión universitaria. Partiremos de comprender que el patrimonio es un concepto que abarca no sólo la protección de ciertos objetos construidos, sino también el entendimiento de una práctica arquitectónica que es indisociable de sus valores y sentidos dentro de un determinado modo de entender el mundo.

Palabras clave: Patrimonio, Arquitectura Vernácula, Prácticas pastoriles, Espacio Doméstico

 . INTRODUCCIÓN

Aproximarnos al patrimonio que suele ser conocido como vernáculo nos presenta una serie de problemáticas particulares más que significativas. Esto se vuelve aún más complejo cuando no se trata sólo de discusiones teóricas sino que involucra también la puesta en marcha de acciones concretas. Al enfrentamos a un patrimonio vernáculo contemporáneo estamos tratando con una construcción material, social y simbólica que es propia de nuestro presente tanto como es evidencia de la continuidad y cambio dentro de una tradición. En realidad deberíamos transcender esa dicotomía y partir de pensar a la tradición, retomando a Gadamer (1991), no como algo traído del pasado, de otro tiempo, sino más bien desde la dinámica en la que es afirmada y transformada continuamente desde el hoy. Es así como al pensar en este patrimonio vernáculo debemos comprender que está sujeto a un cambio constante y que esa dinámica hace a su condición. Esto nos enfrenta a la pregunta de cómo se generan, en este contexto políticas y acciones que no sean contrarias a esta condición dinámica y a cómo esta arquitectura es concebida localmente. En este punto, la discusión sobre el lugar que deben ocupar en las discusiones y acciones las personas que crean y recrean este patrimonio se vuelve insoslayable.

En relación con esto, plantearemos que no podemos dejar de pensar la producción arquitectónica vernácula desde la densidad de sentido que está imbricada en el modo en que una sociedad ordena su mundo y se entiende a sí misma como parte de éste. Esto implica trascender la mirada sobre un objeto para comprenderlo asociado con determinadas prácticas y relaciones. A lo largo de este trabajo nos proponemos reflexionar sobre esta condición del patrimonio vernáculo específicamente a través del modo en que es concebida la arquitectura doméstica y sus espacios tomando como caso un contexto particular como es el de la Puna, particularmente en el área de Susques en Argentina. El material que utilizaremos surgirá del trabajo de campo etnográfico realizado en forma continua desde el año 2003, y de las actividades de construcción colectiva que se han encarado en el contexto de distintas acciones de extensión universitaria.

A estos efectos nos proponemos en una primera parte recorrer brevemente los cambios en las nociones de patrimonio que han favorecido la incorporación de la producción vernácula dentro de las discusiones y políticas. En este mismo apartado necesariamente deberemos al menos reconocer la complejidad asociada a la definición de qué se entiende por patrimonio y arquitectura vernácula. En la segunda parte nos concentraremos en las características de las “casas” en Susques reconociendo particularmente el modo en que son permanentemente transformadas en relación con los cambios continuos en los grupos familiares.

Antes de avanzar sobre los objetivos de este texto, debemos realizar una breve introducción a nuestro espacio de estudio. Al hablar de Susques, cabe señalar, nos estamos refiriendo tanto a una localidad como al área circundante, de unas 130.000 hectáreas con altitudes que oscilan entre los 3500 y los 4200 msnm, en la que distintos grupos domésticos que pertenecen a ésta tienen sus territorios de pasturas en los que crían sus rebaños de llamas, cabras y ovejas en el marco de una lógica pastoril. Veremos más adelante que esto es significativo a la hora de la compresión de la arquitectura doméstica asociada. Si bien Susques actualmente forma parte de la provincia de Jujuy, esto es así recién desde 1943 cuando fue anexado el departamento del mismo nombre a ésta provincia. Antes había sido uno de los departamentos, junto al de Pastos Grandes, Antofagasta de la Sierra y San Antonio de los Cobres, del extinto Territorio de Los Andes que se había formado en 1900 al incorporarse esta porción de la Puna de Atacama a la Argentina. Anteriormente había formado parte de Bolivia, primero, y Chile después que la había ocupado durante la Guerra del Pacífico. Susques es una localidad que, de acuerdo al Censo Nacional del 2001, tenía una población de unos 1140 habitantes y que se ha convertido en un centro regional de una relativa importancia regional de la mano con su posición estratégica del corredor bioceánico que conecta Argentina y Chile por el Paso de Jama. (Fig. 01)



1. ACERCA DEL “PATRIMONIO VERNÁCULO”

La noción de patrimonio y las problemáticas de su concepción y gestión se han ido configurando y ampliando con gran intensidad al menos desde la segunda mitad del siglo XX a partir de la necesidad de reconocer y proteger determinadas producciones materiales e inmateriales que se entendía formaban un “patrimonio”. La UNESCO en su “Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural” de 1972 planteaba que “el deterioro o la desaparición de un bien del patrimonio cultural y natural constituye un empobrecimiento nefasto del patrimonio de todos los pueblos del mundo” (UNESCO, 1972: 1). La construcción de la idea de patrimonio estaba asociada con el reconocimiento de ciertos valores más o menos universales que tenían que ser protegidos.

En un primer momento, en lo que respecta a la arquitectura, la mirada estaba enfocada casi exclusivamente en los “monumentos artísticos e históricos”. La Carta de Venecia de 1964 se observaba que: “Cargadas de un mensaje espiritual del pasado, las obras monumentales de los pueblos continúan siendo en la vida presente el testimonio vivo de sus tradiciones seculares” (ICOMOS, 1964). Estas primeras concepciones, dominaron el campo de la preservación patrimonial durante los tres primeros cuartos del siglo XX. Basadas en una categorización jerárquica en favor de lo artístico monumental y de los espacios arquitectónicos que supieron adquirir una significación cultural desde ciertos grupos hegemónicos, estas visiones han sido revisadas y ampliadas en posteriores documentos donde se comenzó a plantear que la noción de patrimonio arquitectónico debía abarcar a “todos los conjuntos construidos que se presentan como una entidad, no solamente por la coherencia de su estilo, sino también por la huella de la historia de los grupos humanos que allí han vivido” (ICOMOS, 1975).

De alguna manera se empezó a discutir la segregación jerárquica entre los conjuntos de un supuesto mayor o menor valor. A su vez, esta declaración representó un avance en materia de entender a la conservación patrimonial como una tarea integrada y no solamente ligada a factores artísticos y estéticos. En concordancia con estas primeras aperturas del concepto de patrimonio, la “Carta para la Conservación de las Poblaciones y Áreas Urbanas Históricas”, incluyó en la categoría de patrimonio los cascos, ciudades y pueblos con su entorno natural o hecho por el hombre que “son expresión de los valores de las civilizaciones urbanas tradicionales”, definiendo “los principios, objetivos, métodos e instrumentos de actuación apropiados para conservar la calidad de las poblaciones y áreas urbanas históricas y favorecer la armonía entre la vida individual y colectiva en las mismas, perpetuando el conjunto de los bienes que, por modestos que sean, constituyen la memoria de la humanidad” (ICOMOS, 1987).

En relación al sentido de la valoración de la memoria como parte del proceso de construcción de identidad, la posterior “Carta de Brasilia” planteó, respecto del reconocimiento del patrimonio latinoamericano, que “los edificios y sitios son objetos materiales portadores de un mensaje o argumento cuya validez, en un marco de contexto social y cultural determinado y de su comprensión y aceptación por parte de la comunidad, los convierte en patrimonio” ((ICOMOS, 1995). Resulta importante destacar el reconocimiento que se hace presente de los contextos particulares en los que se produce una determinada arquitectura como parte del mismo patrimonio, destacando la necesidad de comprender a la misma en su contexto histórico-social.

La ampliación de la mirada acerca del patrimonio arquitectónico permitió reconocer también aquellas producciones que no provienen de los grupos dominantes y por lo tanto no ingresan de manera completa en el sistema de valores y jerarquías establecido por estos. En este sentido, la “Carta del Patrimonio Vernáculo Construido” del ICOMOS planteó que:

“El Patrimonio Vernáculo construido constituye el modo natural y tradicional en que las comunidades han producido su propio hábitat. Forma parte de un proceso continuo, que incluye cambios necesarios y una continua adaptación como respuesta a los requerimientos sociales y ambientales. La continuidad de esa tradición se ve amenazada en todo el mundo por las fuerzas de la homogeneización cultural y arquitectónica” (ICOMOS, 1999).

Sin dudas esto implicó la apertura hacia ciertas producciones arquitectónicas que históricamente habían sido ignoradas. Sin embargo, como veremos, esta incorporación del patrimonio vernáculo a las categorías de clasificación patrimonial, trae consigo una serie de valoraciones y consideraciones asociadas que se encuentran ligadas a la problemática de la misma concepción de lo vernáculo. Efectivamente, la noción de “arquitectura vernácula”, ha sido utilizada, discutida, definida y redefinida constantemente por múltiples autores. En términos generales, lo que se intenta es englobar una cierta producción arquitectónica que se diferencia de aquella producida desde los ámbitos disciplinares. Sin embargo, las definiciones de esta noción han estado asociadas con frecuencia a ciertas adjetivaciones como popular, natural, tradicional, rural, anónima, espontánea o primitiva, de modos muchas veces acríticos. Estas concepciones estaban asociadas con ciertos marcos interpretativos dominantes en cada momento y han tendido a invisibilizar muchos de los rasgos constitutivos de estas producciones arquitectónicas. En este contexto, nos interesa revisar algunas de estas categorizaciones que, a través de la historia han estado asociadas a la comprensión de la arquitectura vernácula y que sostienen una gran presencia en muchas consideraciones actuales y en el problema de su reconocimiento como patrimonio.

Ya la Declaración de Amsterdam planteaba que “la protección de estos conjuntos arquitectónicos no puede ser concebida más que desde una perspectiva global, teniendo en cuenta todos los edificios que tienen valor cultural, desde los más prestigiosos a los más modestos” (ICOMOS, 1975). Si bien claramente esta Declaración ampliaba notablemente el universo de lo patrimonializable, heredaba construcciones conceptuales previas. Es así como aparece una de las adjetivaciones que se encuentran todavía asociadas muchas veces al patrimonio vernáculo, que es su supuesta “modestia”. Esta “modestia” emerge en definitiva de la diferenciación entre aquello que es considerado de carácter monumental y aquello que no lo es. La idea de un “patrimonio modesto” lleva implícita una subvaloración establecida a través de su importancia y su calidad, tanto técnica como conceptual, desde una construcción universalista que determina la significación de una determinada arquitectura por fuera del sistema de valores en el cual se inserta y su contexto social de producción.

Una de las ideas más fuertes respecto a la definición de lo vernáculo ha sido su asociación con lo “natural”. Estas miradas acerca de lo vernáculo que se empezaron a establecer a finales del siglo XIX y en la primera parte del XX, han sido continuadas en posteriores trabajos y la concepción de la arquitectura vernácula ligada a la procedencia de sus materiales es una referencia que se mantiene con suma frecuencia en la actualidad. Estas concepciones en las cuales la arquitectura vernácula es definida, fundamentalmente, por la utilización de determinados materiales y técnicas asociadas a un entorno “natural” son al menos problemáticas, y en definitiva surgen del determinismo ambiental. Se trata entonces de una construcción conceptual que ha tendido a asociar estas arquitecturas con una respuesta más o menos instintiva a las condiciones de un determinado ambiente negando en última instancia la capacidad de agencia de quienes las producen. Dentro de este posicionamiento, subyace entonces otra de las visiones que la arquitectura vernácula ha tenido con una notable persistencia a lo largo del tiempo, que es la “espontaneidad” de su producción. Entendiendo de este modo que lo “espontáneo” se encuentra vinculado, a su vez, con los rasgos presuntamente “instintivos” e “irreflexivos” de estos grupos sociales que, según entienden los autores, todavía se mantienen bajo el dominio y gobierno de la naturaleza (Tomasi, 2011b). Un buen ejemplo, entre muchos otros, de este enfoque, lo dio Mariano Zamorano en su trabajo sobre la “vivienda natural” en la Argentina cuando observó que estas obras “no parecen obra del esfuerzo humano, sino nacidas del mismo suelo” (1950: 90). La arquitectura vernácula se presenta no como obra de los intereses y propósitos de un grupo sino de la naturaleza que los gobierna. Es decir, la influencia de la naturaleza en estas arquitecturas no solamente es vista como un condicionante sino como un sistema que determina, en definitiva la existencia misma de estas sociedades. De estas lecturas se desprende a su vez, una mirada que implica un cierto “cariño” hacia estas arquitecturas ligado a una visión romántica acerca de estos grupos sociales que, se encuentran “más arraigados” a la naturaleza que los propios, quienes ya la habrían superado (Tomasi, 2011b). En definitiva, es una idea que está impregnada de una conceptualización evolucionista de las sociedades, en este caso a partir de sus arquitecturas.

Sin que necesariamente este presente siempre la componente “naturalista”, la mirada romántica está presente en muchas de las construcciones patrimoniales sobre lo vernáculo. De hecho, en la mencionada “Carta del Patrimonio Vernáculo Construido” de ICOMOS, podemos observar una mirada que se asocia con las adjetivaciones mencionadas anteriormente: “Sería muy digno para la memoria de la humanidad si se tuviera cuidado en conservar esa tradicional armonía que constituye la referencia de su propia existencia” (ICOMOS, 1999). La vinculación de la arquitectura vernácula con una idea de “tradicional armonía”, asociada a su vez, a una condición existencial, hace referencia a estas visiones que estamos observando, donde las condiciones de una relación armónica con un cierto ambiente se trasladan a su vez a la construcción de los grupos sociales y su producción arquitectónica.

Declaratorias posteriores a esta Carta de ICOMOS se propusieron poner especial énfasis en la conservación de la “arquitectura rural y vernacular”, “como base de la comprensión de un modo de vida, de adaptación al territorio, y de tecnologías tradicionales” (UNESCO, 2003). La arquitectura vernácula quedaba asociada con una respuesta mayoritariamente utilitaria a un entorno físico particular a través del aprovechamiento de los recursos disponibles. Es decir, si bien se reconocía a la acción humana en la producción de estas arquitecturas, su aporte se observaba desde una mirada fundamentalmente utilitaria y empirista. En esta línea, por ejemplo, de acuerdo Torres Zárate, “la arquitectura vernácula y propiamente la vivienda, es el resultado de siglos de evolución de una solución pragmática, la cual ha sido probada generacionalmente y que ofrece la mejor opción funcional a las diversas actividades, tanto económicas del medio rural, como culturales propias de las relaciones sociales tradicionales. Por ellos es innegable la existencia del valor de lo útil en estos espacios” (Torres Zárate, 2009: 8).

Conceptos como “adaptación”, “pragmatismo” y “solución” tienen una gran presencia en las definiciones y miradas sobre lo vernáculo, impidiendo comprender allí los sentidos profundos que subyacen a toda producción arquitectónica. Las formas técnicas y materiales asociadas a las posibilidades de un determinado territorio implican, por un lado una tradición constructiva ligada a la elaboración de una forma técnica y estética como resultado de un complejo sistema de utilización de recursos. Pero por otro lado, implican también la existencia de una conceptualización del espacio y tiempo particular de cada grupo social. La práctica constructiva, en todos los casos, requiere el desarrollo de una mirada sobre el diseño arquitectónico que traduce valores y modos de utilización de los espacios ligadas a formas y prácticas locales que encierran, a su vez, tradiciones, conflictos e imaginarios. De este entendimiento de la producción arquitectónica de un grupo social en un momento histórico determinado, se desprende la importancia del reconocimiento del patrimonio no como un objeto aislado sino como parte de una construcción social histórica. En este sentido, no parecería suficiente definir una producción arquitectónica, cualquiera sea, únicamente como una solución técnica y constructiva, sino más bien como una construcción social a través del cual la historia arquitectónica se constituye entonces como representación de una historia social (Urton, 1988).

El reconocimiento de los modos de “hacer arquitectura” que cada grupo social valida con el paso del tiempo se presenta como fundamental para trabajar desde las mismas concepciones locales en las acciones de gestión patrimonial. En este contexto, y en relación a lo planteado más arriba, debemos observar que la comprensión de las distintas formas de producción arquitectónica requiere que éstas sean analizadas en el marco del universo de prácticas y relaciones en que son producidas, y dentro del modo particular de “ordenar el mundo” de una determinada sociedad. Si entendemos a la arquitectura como una construcción social, es necesario analizar cómo se organiza una sociedad, sus relaciones y valores para poder comprender el sentido de sus prácticas, incluso las constructivas. Si la mirada está puesta únicamente en el objeto, corremos el riesgo de observar la arquitectura reduciendo a la producción constructiva de un lugar o una sociedad a una serie de características formales independientes de su contenido social y simbólico.

En este sentido, el estudio de la arquitectura doméstica, en este caso la vernácula, excede, aunque naturalmente incluye, el análisis de un objeto físico con sus paredes y techos. La “casa”, en tanto estructura arquitectónica, no es autoexplicativa sino que está imbricada en lógicas productivas, formas de organización social y un universo simbólico. Por otra parte, la arquitectura participa de la definición de una determinada espacialidad doméstica que tiene características particulares. El espacio doméstico está física, y arquitectónicamente delimitado, asentado en un cierto entorno geográfico y a su vez construido histórica y socialmente en el marco de las relaciones y prácticas que un determinado grupo desarrolla en un contexto dinámico. De esta manera es tanto un producto como un proceso que está asociado con ciertas prácticas y relaciones sociales, tal que existe una interacción entre un espacio, con su materialidad, límites y objetos, y los actores que se desenvuelven en él modificándolo y recreándolo, modificándose y recreándose. En esto nos enfocaremos, a partir de nuestro caso de estudio, en el siguiente apartado.



2. RELACIONES SOCIALES, SIMBOLISMO Y UNA CONSTRUCCIÓN DINÁMICA EN LA PUNA

Como lo adelantamos en la introducción nos enfocaremos en ciertas características de la arquitectura doméstica en la Puna de la provincia de Jujuy, particularmente en Susques. La condición de sociedad pastoril de un porcentaje importante de la población de Susques es un punto de partida más que significativo a los efectos de la comprensión de su espacio y arquitectura domésticos. Efectivamente el dinamismo del pastoreo asociado con una serie de desplazamientos estacionales de los grupos familiares con sus rebaños a lo largo del año nos enfrenta a un espacio doméstico que se constituye como tal a partir de un conjunto de distintos asentamientos dispersos. Es decir, cada grupo doméstico posee y controla una serie de asentamientos distribuidos dentro de sus territorios de pasturas que son recorridos siguiendo un cierto ciclo anual. Sintéticamente este sistema de asentamiento se compone de una residencia principal, conocida como “domicilio” o “casa de campo”, y una serie de “puestos” o “estancias” en un promedio de cuatro o cinco por grupo doméstico.

La cantidad, ubicación y densidad de uso de estos asentamientos está asociada con una compleja trama de factores que involucra por un lado la necesidad de sostenimiento de los rebaños en un contexto ambiental como el puneño a partir del aprovechamiento diferencial de recursos, pasturas y agua, a lo largo del año. Las “estancias” tienden a estar ubicadas entre los 3500 y los 4200 msnm y se busca así aprovechar las diferencias ambientales y altitudinales. Por el otro, el sistema de asentamiento y la presencia del grupo doméstico allí son indisociables del control y apropiación de ciertos lugares históricamente significativos. Los territorios familiares están sujetos a cambios producto de los procesos de fusión y fisión en la transmisión de los derechos de uso entre generaciones. Estos cambios a su vez conllevan modificaciones en los asentamientos. En esta dinámica el territorio se constituye como un palimpsesto en el que se van superponiendo marcas, construcciones de distintos tiempos altamente cargadas de significados para los miembros del grupo doméstico y que hacen a su definición como tal.



No podemos explayarnos aquí en las características de los distintos asentamientos pastoriles en Susques, pero si es importante que nos detengamos en los “domicilios”, las “casas de campo” de los grupos domésticos, para profundizar la idea de la construcción como un hecho dinámico. Estos son los principales asentamientos y por otra parte se constituyen como una referencia del grupo doméstico dentro de Susques. Los “domicilios” están organizados a partir de la agregación de diferentes recintos, en general cubiertos, en torno a un “patio”, que se constituye como el centro social y simbólico, que a su vez contribuyen a definirlo como tal. La variabilidad de dimensiones entre “domicilios” es más que significativa y estas diferencias están asociadas en buena medida con las diferentes antigüedades que tienen. De alguna manera, los “domicilios” están sujetos a un proceso de construcción continua tal que periódicamente se le suman nuevas “casas”. Distintos autores han llamado la atención sobre las relaciones que existen entre las configuraciones de los espacios domésticos y las formas de organización familiar, sin que esto pueda tomarse como una correspondencia punto por punto. En esta dirección apuntan las transformaciones en los “domicilios” en tanto y en cuanto están íntimamente relacionadas con el ciclo de desarrollo del grupo doméstico. (Fig. 02 y 03).

Aunque pueda resultar un resumen un tanto esquemático, podemos sintetizar el proceso partiendo de una pareja que construye las primeras “casas” de su “domicilio” en un determinado paraje. Cuando sus hijos e hijas conformen sus propias parejas levantarán en un primer momento sus “casas” dentro del “domicilio” de los padres. Cuando estos fallecen uno de los hijos o hijas, en general el menor, recibirá el “domicilio” mientras que el resto de los hermanos y hermanas eventualmente lo dejará el del los padres y construirá el suyo propio en las cercanía. Aquellas “casas” en el “domicilio” original que pertenecieron a los padres y abuelos, una vez que estos fallecen, van quedando sin su techo pero no son derribadas y generalmente tampoco son vueltas a habitar. De alguna manera esas “casas mochas” se constituyen como la presencia de los antepasados y el “domicilio” como una construcción material en la que se ponen en evidencia y se construyen las relaciones que conforman la “familia” integrada tanto por los vivos como por los muertos. La “Casa” es tanto un producto como un proceso que está arraigado y es indisociable de las formas locales de organización social. La “Casa” está sujeta a una transformación constante que es inherente a su condición doméstica y no sólo un rasgo particular. La idea de que una “Casa” está “terminada” de alguna manera es contraría a su estructura conceptual, más bien lo que observamos en un determinado momento es parte de una “historia hasta ahora”, en términos de Massey (2005).

3. CONSIDERACIONES FINALES

Tal como hemos planteado a lo largo del texto, la comprensión de la arquitectura vernácula, y particularmente la doméstica, no puede pensarse por fuera del universo de prácticas, relaciones y valores de una sociedad que la produce. El caso que brevemente hemos descripto de la conformación del espacio doméstico en Susques nos pone en evidencia la articulación de la producción arquitectónica con un determinado “modo de ordenar el mundo”. Por un lado, se nos presenta un espacio doméstico que tiene la particularidad de conformarse a partir de un sistema de distintos asentamientos distribuidos dentro de un territorio doméstico. Esta organización del espacio está arraigada en las estrategias de aprovechamiento de recursos dentro de la dinámica de desplazamientos propia del pastoreo. Al mismo tiempo hemos planteado cómo la “Casa” está sujeta a un proceso de cambio permanente en relación con las transformaciones dentro de los grupos domésticos. Cabe insistir en que no son cambios esporádicos sino que se trata de una dinámica que hace a la definición de qué es una “Casa” en Susques. Hemos tomado un caso de estudio en la Puna para ejemplificar esta discusión sobre la problemática del patrimonio vernáculo pero análisis similares se han hecho para distintas sociedades, pastoriles y no, en distintos sitios.

En términos generales podemos observar que las transformaciones en las prácticas, sentidos y formas de hacer arquitectura forman parte de la definición de las mismas como patrimonio. El riesgo de “congelar” estas prácticas en el tiempo y el espacio en pos de su conservación siempre está presente, pero implica despojarlas de una de sus condiciones, como es la lógica de construcción continua, y de su contemporaneidad. El espacio arquitectónico es siempre dinámico y sus transformaciones responden a su relación dialéctica con los procesos históricos que dejan su huella a modo de un palimpsesto en el que se superponen tiempos. Tal como ha propuesto Amerlinck, es necesario que se conciba a la arquitectura vernácula sin asomo alguno de nostalgia ni romanticismo, no como un producto material inmanente, sino como un proceso cultural, de carácter vital, arraigado en la historia y sujeto a cambios adaptativos, integrados a un sistema productivo, a una tradición y a la propia experiencia.” (2008:387).

La posible “museificación” de la arquitectura vernácula implica una negación de su contemporaneidad basada en el recorte de ciertos rasgos estereotipados considerados valiosos en una mirada hegemónica, su resignificación con fines universalistas y la transformación de sus valores en símbolos mediatizados. Entender al patrimonio vernáculo como una construcción activa y constante nos permite reconocer a dicho patrimonio y a sus sociedades que lo producen como parte de la configuración de un presente arquitectónico y social. En este sentido, el abordaje de la problemática del patrimonio vernáculo contemporáneo requiere necesariamente de un trabajo conjunto de las instituciones con las comunidades, en el cual estas últimas son las que deben ocupar un rol central en el reconocimiento y puesta en valor de sus propias prácticas y tradiciones. Entendiendo que, los valores y sentidos asociados a los espacios arquitectónicos y urbanos están en constante transformación y redefinición en relación a los procesos políticos, sociales y culturales que atraviesan una historia, de la cual también forman parte.

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