jueves, 26 de marzo de 2015

CHICAMA

MILI LA COLOMBIANA Un sol inmensamente rojo, iba descendiendo sobre un mar que lo recibía del mismo color. Proyectando unas largas sombras sobre la arena, de algunas pocas personas que jugaban paleta a esa hora, se iba despidiendo de ese día caluroso, mientras nosotros con las chelas en mano, observamos como Alberto que solitario (como siempre) está corriendo muy cerca de la playa las últimas olas chicas de la tarde, rozando cada vez mas cerca a la Peluda, roca que desafiante lo mira cada vez que quiebra cerca a ella, movimiento sutil que hace explotar el agua azul en miles de gotas de colores, como pequeños rubíes que reflejan el sol que va despidiéndose atrás de el, para luego lo que queda de la ola, fundirse lentamente sobre la húmeda arena de la playa, mientras que nuestro amigo entra nuevamente con la cara al horizonte a esperar otra ola. Me acuerdo que era mi última tarde de vacaciones, al día siguiente regresaba a la universidad a dar clases en la Richi en mi Hillman amarilllo. La Sonia a esa hora siempre nos botaba para poder cerrar su rustico restaurante de bambú y caña chanca. Como siempre éramos los últimos en abandonar el barco. Ese día con mayor razón nadie se quería mover de ahí. La llegada a la playa de de Techi, con su prima, una guapa colombianita, nos había puesto en competencia, y más aun si no dudaron en sentarse en nuestra mesa, para compartir nuestros cebichitos y tomar con nosotros unas “cuantas” cervezas. A medida que se acercaba la noche, dentro de mi rezaba para que Alberto se quedara mas tiempo en el agua, ya que si no tendría que irme con él y dejar a esa tira de sátrapas solos con la Mili, nombre de la criaturita que nos trajo nuestra bendita amiga. M eacuerdo que en mi "casi bomba" trataba de hablar con ella entre los seis que las rodeábamos dentro de ese rustico restaurante, que día a día nos definía el espacio destinado a la introspección y a la contemplación de las mujeres de todo tipo y calibre que iban a esa playa del sur. Pero esa tarde no necesitábamos mirar hacia la arena, porque ahí sentado y sin movernos, donde se filtraban últimos rayos del sol, podíamos ver como iba iluminando la carita de la virgencita que teníamos a lado, que sentada en esa vieja silla de madera, tomaba de igual a igual con nosotros-. Me sentía como en una iglesia a punto de convertirme en santo, al lado de seis apostoles. Claro, que igual que yo, todos estábamos en estado de contemplación, y más a un cuando un el sol al caer comenzó a alumbrar como un reflector, que como un haz de luz hizo que brillara a un mas su teñido pelo rubio, llevándonos a todos juntitos a un estado de contemplación divina. En esas estaba, cuando nuestro amigo rascaplaya apareció frente a nosotros mojado y feliz, se detuvo un rato, nos miró entre sarcástica y tímidamente, y luego pasó cerca a nosotros lo suficiente como para darse cuenta, porque nadie se había metido al mar. Siguió de largo hasta la barra, pidió su agua mineral y con la botella de plástico en mano y su tabla en la otra (seguro de una de sus victimas) me dijo que me esperaba en el carro. Ósea me cagó. Los días fueron pasando, ya alejado de mis amigos por la universidad, me iba enterando como poco a poco la colombianita los iba choteando de uno en uno. Hasta que un jueves apareció Lucho con el viejo Volkswagen verde con llantas anchas del papá y la llevo a bailar a REFLEJOS (repletos) ya que era noche de “leidis nohay” (porque la mayoría eran rucazas). A partir de esa noche la colombianita feliz con el, (que le habría hecho el mañucazo, solo ellos lo saben). Pero como nadie sabe para quien trabaja, un día que se había ido Lucho a correr Pasamayo, Techi, me llamó para salir con ella y su primita. Yo lleve POR SU PUESTO A Alberto para que saliera con ella y JUA!... Flechazo. Ay Alberto, eras un caso. Lucho regresó y naca la pirinaca con el, la colochita se olvidó hasta como se llamaba. A partir de ahí era, Alberto por acá, Alberto por allá, hasta que Alberto se aburrió. Y un fin de semana se fue sin ella a Cerro Azul. Entre lagrima y lagrima y moco a moco, la Mili me llamo una noche para pedirme que la llevara adonde se había ido su rascaplayita, que quería encontrarlo infraganti, porque le habían contado que también salía con una chatita y quería ampayarlos y sacarles la mierda a lo colombiana. Yo le dije que si bien era amigo de la familia de su prima, no me iban a dejar ir con ella, y menos sola y menos un fin de semana. Más lagrima y mas moco, hasta se me prendió un foquito (el diablito que tenia dormidito, parece que despertó), y le dije que no le dijera nada a su tia, y menos que había hablado con ella por teléfono. Que esperara lista bien temprano a la mañana siguiente. A dia siguiente como quedamos, sonó el timbre, la tía abrió su puerta y apareció frente a ella una chiquilla con su mochila, pidiéndole permiso para poder llevarla con sus papis el fin de semana a Punta Hermosa. Con la complicidad de su prima que sabia que yo era “esos papis” la dejaron ir. En la esquina las esperaba con mi auto, la deje a mi hermanita que siempre me hacia ese tipo de favores en su casa. Ya solo con ella, prendí un tronchito para festejar, y como la colombianita no sabia done quedaba Cerro Azul, enrumbé con mi viejo Hillman hacia el norte.

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